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Walter Tevis: Mockingbird (1999, Ballantine Pub. Group) 4 stars

In a world where the human population has suffered devastating losses, a handful of survivors …

Review of 'Mockingbird' on 'Goodreads'

2 stars

Estamos en el siglo XXV, en la ciudad de Nueva York. La población desciende en picado (no nacen niños desde hace década) pero se dedican a embrutecerse a base de drogas y poco más: el trabajo de verdad lo hacen los robots y poco a poco el mundo se cae a pedazos. Ya nadie sabe leer. Lo vemos a través de los ojos de tres personajes: el robot más avanzado, un humanoide de capacidades casi sobrenaturales construido para dirigir cosas pero que lo único que quiere es suicidarse; un señor de mediana edad que ha aprendido a leer tras encontrar unas cartillas para niños y una marginada que vive en el zoo entre animales de mentira y niños robóticos y se niega a tomar drogas.

La gracia de una novela de ciencia ficción está en el proceso en que como lectores nos vamos haciendo una composición de lugar, conociendo cómo es la sociedad en que nos han dejado caer cual paracaidistas, y en ese sentido Mockingbird funciona bien, va dosificando los hallazgos evitando explicaciones. Pero más adelante, cuando la trama comienza a avanzar, hace aguas por todas partes.

[No sigan leyendo esto si tienen intención de leer la novela, no me queda más remedio que contar demasiadas cosas de la trama]

La novela pega un giro sorprendente cuando el robot, que también posee poderes legales de monarca absoluto, decide enchironar a Bentley (el lector) y quedarse con la chica. A partir de ahí, casi todo el espacio se consume en trama carcelaria que culmina en fuga y en el encuentro con una extraña secta más o menos cristiana fundamentalista, hasta que Bentley consigue regresar a Nueva York. Todo ello un tanto formulaico y poco consistente con ese mundo construido con tanto trabajo: la población dócil y anulada por las drogas ya no está por ninguna parte, convertida en reclusos rebeldes y en esa especie de Amish postapocalípticos que se alimentan de lo que sacan de una especie de refugio atómico que a la vez es un centro comercial. El torpe de Bentley, forjado en los duros trabajos de la prisión (por la mañana hace zapatos y por la tarde abona una especie de berzas), es ahora capaz de todo, manejar máquinas que no ha visto en la vida y aprender a cocinar de una mujer que parece personaje salido de un western.

Uno no suele buscar grandes alardes estilísticos en la ciencia ficción, pero de puro plano y repetitivo es un texto que cansa. Resulta gracioso cómo todo queda detenido en los EEUU de los 70: la música que Bentley encuentra, los grandes almacenes, máquinas de escribir, ¡la peor catástrofe fue tener que renunciar al coche por la falta de gasolina!.

Tremenda falta de imaginación, que si la unimos a esa manía tan americana de proporcionar demasiados detalles, lleva a situaciones hilarantes como ver al protagonista usando muchos cacharros de marca “Sears”, unos grandes almacenes hoy en día prácticamente desaparecidos. Es como si entre los siglos XX y XXV no hubiera sucedido nada más que los robots y unos simpáticos autobuses automáticos.