Se trata de una novela breve, pero le sobra extensión para transmitir la angustia vital de las protagonistas, dos hermanas que tienen una mercería en una calle humilde de Manhattan. Pobreza económica, social (no tienen prácticamente amigos), toda su vida se reduce a dos cuartuchos y cuatro calles; la excursión al Central Park parece un safari por Tanzania.

Es increíble lo mucho que me cuesta el inglés norteamericano de finales del XIX a principios del XX, cuando no tengo ningún problema con libros más antiguos de autores británicos. Aun así, vale la pena: la autora remeda los acentos según origen (alemán, irlandés) y clase social. El estilo huye de barroquismos, lo cual es de agradecer dado el tema del libro, encontrando la frase perfecta para hundir al lector en la miseria, y ahorrando los adjetivos para cuando pueden hacer el máximo efecto.