"El ascensor social está roto" se ha convertido en una de esas frases instaladas en el imaginario popular que se pronuncian de forma casi automática. Si el concepto de "ascensor social" surge en cualquier conversación en la que al menos una de las interlocutoras tenga un mínimo de conciencia de clase, será difícil resistir la tentación de echar mano de dicha frase. Bien, pues después de leer 'Yeguas exhaustas' esto empieza a verse como un elemento más del argumentario aspiracionista que culpa a las pobres de su situación desfavorecida; porque si lo que ocurre es que el ascensor social está roto, al menos este existe y se puede arreglar. Sin embargo, el libro de Bibiana Collado Cabrera demuestra que el ascensor social es una ficción. No está roto porque no existe.
La protagonista, Beatriz, encarna esa verdad cruda, difícil de tragar, que te condena a ser eternamente 'perseguida' por tu origen. Es precisamente ahí donde se sitúa uno de los puntos fuertes -uno de muchos- de esta novela, brillante a la hora de retratar la huella que deja en las personas su extracción social. Como una rémora de la que es imposible deshacerse, Beatriz se ve atravesada por ciertos malestares íntimamente ligados al lugar del que procede. Malestares que, por más que se empeñen en mentir los gurús de turno, no se borran con esfuerzo ni mucho menos con méritos.
El habla, el bagaje cultural o el gusto musical tornan en brechas por las que se va escapando el falso capital social, cultural o simbólico que parece adquirirse con la acumulación de títulos universitarios y logros académicos en general. Todo mentira. Las costuras siempre terminan viéndose y, lo que es peor, desencadenando una serie de mecanismos de reajuste que mantienen un orden social concreto que Collado Cabrera resume con una sencillez pasmosa y precisa: los de abajo y/contra los de arriba. De eso trata el libro. De ese reajuste que es violento y es doloroso y es injusto.
Si además se introduce el factor género, la contundencia del reajuste aumenta, como una suerte de castigo que sanciona la osadía de haber intentado dar un paso fuera del lugar que te corresponde por nacimiento. La figura de Pedro cumple esa función. Y cuantísimos pedros hay sueltos.
Para terminar, y en esta misma línea, 'Yeguas exhaustas' ha terminado de reafirmar una idea que llevaba tiempo rondándome. Digamos que parece que este tipo de novelas que relatan la experiencia de la violencia patriarcal -sea ese o no el tema principal de la obra- están destinadas a ser leídas exclusivamente por mujeres. Tiene todo el sentido del mundo, claro. En este caso, muchísimas lectoras se sentirán identificadas con Beatriz; algunas desde la comprensión reparadora, otras desde el puro reconocimiento de violencias que habían pasado desapercibidas. Sin embargo, parece obviarse la capacidad que puede tener un libro como 'Yeguas exhaustas' para que muchísimos hombres se sientan identificados con Pedro y puedan empezar a entender las consecuencias de actos normalizados que son constitutivos de una violencia de género brutal.
Sea como sea y seas quien seas, hay que leer 'Yeguas exhaustas'.