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Opúsculo divulgativo que trata uno de los temas que más debate genera dentro de la botánica. Es un tema, además, que trasciende lo académico y que llega fácilmente a cualquier mesa: la pregunta sobre si las plantas sienten, o no, sobre si son conscientes de alguna manera. En 1974 se escribió La vida secreta de las plantas, de Peter Tompkins y Christopher Bird, que llevó este debate al gran público y lo hizo desde una perspectiva falaz. Sin definir concretamente qué significa sentir o ser consciente, trazó analogías entre plantas y seres humanos, dando a entender que, básicamente, su sistema fisiológico era similar.
Partiendo de las falacias de Tompkins y Bird, Daniel Chamovitz busca reconocer todo aquello que la fisiología vegetal nos ha enseñado sobre nuestra propia fisiología, divulgar aquellos experimentos ya clásicos que demostraron la increíble capacidad de las plantas para reconocer, sentir, percibir, cuantificar y reaccionar ante su entorno y establecer las diferencias y similitudes, en su caso, entre lo que ocurre dentro de una planta y lo que ocurre dentro de un animal.
Por ejemplo en ¿Qué ven las plantas? El autor nos explica el clásico experimento de Charles Darwin y su hijo Francis Darwin en el cual sometían a plántulas de alpiste (Phalaris canariensis), estimuladas por la luz de una vela, a diferentes tratamientos: cubrir la punta con un capuchón opaco o con uno transparente, cubrir la sección media con un tubo opaco o seccionando la punta. Con ello descubrieron el “órgano de visión” de las plantas: las yemas proliferativas es el lugar donde están las células que son capaces de hacer virar el crecimiento de una planta hacia la fuente de luz. Mediante complejas señalizaciones, se produce un alargamiento diferencial de las células, haciendo que el tallo se curve. Esto le sirve de excusa al autor para hablar del caso del tambo “mamut” de Maryland, incapaz de notar las transiciones a días más largos, y cómo hay una diferencia ecológica entre plantas que florecen cuando los días empiezan a acortarse, o a alargarse. En ¿Qué huelen las plantas? Trata el tema de los elementos volátiles emitidos al ambiente por algunas plantas y cómo estos elementos pueden ser utilizados por otras plantas y/o animales como información. El caso del género Cuscuta y cómo ses capaz de detectar el “perfume característico” de las plantas que más le interesan para parasitar; el caso de la transmisión radicular de señales químicas que informan de la lesión de hojas por parte de parásitos; transmisión aérea (salicilato de metilo).
El experimento clásico de Raíz dividida de Novolansky es explicado en ¿qué saborean las plantas? Este expermiento demostró que la sensación de que una planta tenía falta de agua era recogida radicularmente por una planta que estaba “a cuatro saltos de raíz” de aquella que estaba sufriendo sed. Los experimentos con el género Larrea y Ambrosia que demostraban que, al menos el género Ambrosia presentaba una “timidez radicular” con las de su propia especie guiada químicamente. En ¿qué notan las plantas? El autor nos habla de los movimientos que son capaces de realizar las plantas. John Bourdon-Sanderson estudió a finales del siglo XIX cómo y porqué el género Dionea (venus atrapamoscas) era capaz de cerrar sus “trampas” en respuesta al movimiento de la presa. Descubrió que cuando dos o más “Pelos” presentes en la trampa eran tocados en un intervalo menor a 20 segundos, se disparaba un impulso eléctrico. El fisiólogo vegetal y médico Indio Jagadish Chandra Bose descubrió que la Mimosa pudica cerraba sus hojas gracias un grupo de células llamados pulvinos, situados en la base de los foliolos. Estos pulvinos vacían por completo sus vacuolas en respuesta a un potencial de acción, produciendo el cierre mecánico de las hojas. También son muy interesantes los trabajos de Frank Salisbury de la década de 1960 sobre la “timidez vegetal” o “contacto negativo”: descubrió que las hojas de Xanthium strumarium morían al ser tocadas tan solo unos segundos al día.
También es clásica la mala ciencia que llevó a Dorothy Retallack a elaborar una mal diseñados experimentos que le permitieron afirmar que el rock era nocivo para el crecimiento de las plantas. Corrían los años 1960 y Retallack no hacía más que confirmar sus propios sesgos conservadores. A Retallack le ocurría lo mismo que a La vida secreta de las plantas, “el problema (…) es que se compone casi exclusivamente de afirmaciones extravagantes presentadas sin pruebas adecuadas que las sustenten” decía el fisiólogo vegetal Arthur Galston. Sin embargo sí que hay pruebas de que las plantas sean capaces de percibir sonidos. Lógicamente, y a la luz de la evolución, los sonidos que parecen percibir son sonidos ecológicamente relevantes, como le ocurre a Oenothera perennis (onagra), que es capaz de reaccionar a los sonidos de sus polinizadores y producir rápidamente un néctar mucho más concentrado en azúcares.
La noria de Andrew Knight es, también, un experimento clásico que demostró el gravitropismo vegetal. A principios del siglo XIX, este aristócrata y miembro de la Royal Society sometió a plántulas de diferentes especies a un experimento gravitatorio que ejercía una nueva fuerza gravitatoria sobre las plantas, la fuerza centrífuga, y que “anulaba” el efecto de la gravedad terrestre. Gracias a uno de los arroyos que pasaban por su finca, consiguió hacerlas crecer durante varios días a 150 revoluciones por minuto, Esto provocó que las raíces crecieran hacia fuera de la noria según el punto de referencia desde el cual la planta había empezado la prueba. El propio Charles Darwin también experimentó con la gravedad, clavando plántulas de Vicia faba. Cauterizando las puntas radiculares, demostró que era en esa región donde estaba el “órgano” que permitía a la planta sentir la gravedad. También Darwin rastreó los movimientos de la punta de una plántula de Brassica oleracea en crecimiento, demostrando que las plantas se movían y, en concreto, estaba registrando un comportamiento de las plantas denominado “nutación”. No fue hasta los experimentos ideados por Allan H. Brown en la década de 1960 y a su puesta en marcha por Hideyuki Takahashi que se desmostó que, tanto la nutación como el gravitropismo están guiados por los estatolitos presentes en las puntas radiculares.
Y por último, ¿qué recuerdan plantas? El primero en intentar abordar esto de forma concreta fue Mark Jaffe en 1977 acuñando el término tigmomorfogénesis para referirse a la capacidad de algunas plantas (por ejemplo, las que desarrollan zarcillos) de que algunas de sus partes recuerden qué tocaron y qué hacer cuando eso pasa. ¿Pero es esto homologable a la memoria humana? El psicólogo Endel Tulvin proponía tres niveles jerárquicos de la memoria: I) nivel inferior o memoria procedimental, II) Memoria semántica, conceptual y III) Memoria episódica o autobiográfica. Según esta tipología, las plantas llegarían a tener memoria procedimental al reaccionar a estímulos y recordar ciertas situaciones que les han ocurrido.
Ya solamente por la cantidad de experimentos clásicos que recoge, merece la pena. Está excelentemente escrito, bien documentado (sin caer en la pedantería de la cita constante) y estructurado inteligentemente (con una narración tipo histórica y en base a preguntas).