SuperSantiEgo reviewed La música del silencio by Patrick Rothfuss
Review of 'La música del silencio' on 'Goodreads'
2 stars
Lo leí por curiosidad y a sabiendas de que no me iba a gustar mucho y que tenía toda la pinta de ser un sacadineros y una excusa de Rothfuss para dilatar todavía más la salida del tercer tomo de una macronovela que se suponía escrita completamente desde el principio.
Siguiendo la moda del "estar perturbado es ser especial" que tantos estragos está haciendo en la cultura, se nos cuenta la historia de uno de los personajes que en una breve aparición en las otras novelas se justificaba, pero que a palo seco se atraganta un poco. Auri es Gollum pero bien: se le ha ido completamente la pinza y vive sola en unos subterráneos, pero como si fuera una niña ferina se ha acostumbrado a su forma de vida y parece feliz con ella, no hay angustia vital, dolor por el estado de disociación ni nada parecido. Pues eso: Gollum conoce a Amélie, vive en su mundo de ilusión y fantasía, y que le aproveche. Sarna con gusto no pica y estrés postraumático con estado de fuga de la realidad y delirios alucionatorios y transtorno obsesivo compulsivo es una opción de vida totalmente aceptable si te lo arropan con la excusa de un entorno de fantasía cuqui. No, Ralph, no eres especial: eres cortito, muy cortito. Auri no es especial: está como unas maracas, pero nos la quieren hacer pasar como un ser adorable que vive en armonía con el universo y es una jipi japiflauer.
Probablemente lo peor no sea el libro, sino que el mismo autor pone la venda antes que la herida e intenta en el prólogo justificar la obra que ha escrito, y que quizá "éste no sea el libro que querías leer", y que cada libro tiene su público. Algo que no deja de ser coherente con la impresionante empanada mental que tiene Rothfuss sobre la literatura en general, y que ha expuesto muy bien en algunas entrevistas sin darse cuenta de la enormidad de lo que está diciendo. Si, como él dice, la misma literatura literaria sólo es un género, cada género puede encenagarse en sus clichés y en sus vicios y sólo queda la identidad obra-lector: cada obra, por mala o mal parida que esté, si encuentra sus lectores, por poco exigentes o enviciados que estén, únicamente puede juzgarse en esos términos que en definitiva sólo ocultan bajo una explicación bonita a nuestro viejo amigo que es crear productos para un mercado que los demanda, aunque sólo sean unos cientos de personas, y si la gente pide jiña se le da incluso a sabiendas de que se hace jiña. En esa concepción de la literatura da igual Kafka que Coelho, y si mi novela no te gusta es que no sabes conectar con tu quinceañera emo interior.