Las noticias de las derrotas, el increíble misterio con que el gobierno había querido ocultarlas, la decisión de no rendirse nunca y la certidumbre de que la rendición se preparaba en secreto, causaron el efecto de una gélida corriente precipitándose en un volcán en combustión. Se respiraba fuego, humo ardiente.
París, que no quería ni rendirse ni ser entregado y que estaba harto de los embustes oficiales se alzó.
Entonces, del mismo modo que se gritaba el 4 de septiembre: ¡Viva la República!, se gritó el 31 de octubre: ¡Viva la Comuna!