(Reseña publicada en Fantífica el 12/06/2015).
Seveneves os va a dejar el culo torcido. Posiblemente sea una forma un poco bestia de empezar la reseña, pero creedme, no es nada comparada con la primera frase del nuevo libro de Neal Stephenson. Si sois lectores suyos, quizá baste con que os diga que olvidéis Reamde —y mira que a mí, a su manera, me gustó—, porque el colega ha vuelto en plena forma. Dejad de leer esta reseña y, si llegáis en inglés, empezad la novela. Si no, empezad a agobiar a quien corresponda para que la saque traducida.
Voy a contaros algo de la trama del libro, pero no más de lo que revelan la sinopsis y el propio título. Lo aviso porque serán cuatro brochazos, pero no solo del principio de la novela. ¿Bien? Bien. En un futuro cercano, de un día para otro resulta que a la Tierra le quedan dos años antes de volverse inhabitable durante cinco milenios. Es así y punto. La humanidad tiene los días contados si no es capaz de organizarse para poner en órbita su propia salvación como especie. De modo que, no sin muchos contratiempos, traza un plan para enviar equipo y cápsulas habitables semiautónomas al espacio, concretamente a la Estación Espacial Internacional, que también se ampliará y servirá como base de la llamada «Arca Enjambre».
El desarrollo del Arca Enjambre, antes y después de que, en efecto, el planeta se vuelva inhabitable y la humanidad quede prácticamente extinta, ocupa el grueso de la novela. Stephenson lo cuenta con su habitual detalle científico, desde la ingeniería espacial hasta los aspectos sociológicos del planeta que se muere y los psicológicos de la incómoda vida en órbita. En otras palabras, se va por las ramas cosa mala, sí. Hay secciones enteras que vuelcan información sobre mecánica orbital, radiación, robótica, genética y lo que queráis; Stephenson no es tímido para estas cosas. Pero, llamadme loco, en este libro lo veo mucho más centrado que por ejemplo en Criptonomicón, donde un capítulo entero es el relato erótico escrito por un secundario que se pone cachondo con el mobiliario antiguo. En Seveneves las divagaciones son pertinentes, necesarias para entender los peligros que afrontan los personajes y las soluciones que proponen. No son tan divagaciones, vamos.
Y de todas formas, ni de lejos vais a encontraros un tostón. El libro se hace corto, y mira que es tocho. Desde el mismo principio, Seveneves es una montaña rusa, un relato lleno de heroísmo con la apuesta más alta que pueda imaginarse, una aventura espacial en toda regla contra el universo y contra los malos, que también los hay. Ciencia ficción durilla, de acuerdo, pero ciencia ficción durilla al estilo Stephenson, que narra con su molonismo habitual las penalidades de los que quizá serán los últimos humanos. Tanto desde la Tierra al principio como desde la E.E.I. siempre, seguimos el punto de vista de varios personajes cruciales en la supervivencia de la humanidad: los astronautas de la estación, los pioneros de todos los países que se lanzan al Arca Enjambre, los científicos que lo organizan desde el planeta, un par de flipados de los que no os cuento más y hasta la propia presidenta de los EE.UU. Stephenson logra hilar un relato fluido y a la vez exhaustivo, realista y a la vez aventurero, emotivo sin necesidad de aspavientos, de la tarea titánica a la que se enfrenta la especie humana.
Y ahora, otro aviso. Vamos a saltar 600 páginas adelante y, de nuevo, eso no es nada comparado con el salto que pega Stephenson en Seveneves: nada menos que cinco mil años al futuro, hasta los albores de la posible recolonización del planeta. Alrededor de la Tierra, en cierta órbita, hay un anillo de hábitats ocupados por las siete razas humanas, más o menos agrupadas en dos bloques enfrentados filosóficamente y trabados en una especie de Guerra Fría. Con ese trasfondo y a lo largo de 200 páginas, Kath Dos, exploradora enviada a la Tierra en proceso de terraformación, investigará junto a algunos miembros memorables de las otras razas un extraño encuentro que ha tenido en la superficie del planeta.
Las cosas claras: creo que esta segunda parte habría funcionado mejor como novela corta. O mi opción preferida, podría haberse expandido en forma de secuela de Seveneves, aunque Stephenson tuviera que buscar otro palíndromo para el título. No es que no tenga nada que ver con la primera. Al contrario, todo su trasfondo es la primera, y con ello Stephenson nos habla (como acostumbra) de las inmensas ramificaciones que pueden tener los actos individuales en las circunstancias adecuadas, es decir, del heroísmo. Pero el salto espaciotemporal, de la claustrofobia del Arca a la grandiosidad del Anillo, es muy brusco, aviso. Y sí, esta estructura en dos partes, o en novela y coda, o como queráis llamarlo, significa que tenemos dos finales precipitados por el precio de uno.
Seveneves es un viaje acelerado y lleno de giros, con las mejores vistas imaginables y unos guías carismáticos. Es un poco —anda que no lo clava Warren Ellis— una novela de ciencia ficción dura de mediados de siglo XX pero escrita hoy en día. O más bien dos. Y como pasa con todos los buenos viajes, os dejará apenados de que la historia no siga adelante. Pero con Stephenson, y también con todos los buenos viajes, lo importante siempre es el camino.