25 Jahre Attac - Der Name ist Programm
Globalisierung ja, aber nicht auf Kosten der Armen: Dafür wirbt das globalisierungskritische Netzwerk Attac seit 25 Jahren teils mit spektakulären Aktionen.
25 Jahre Attac
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25 Jahre Attac - Der Name ist Programm
Globalisierung ja, aber nicht auf Kosten der Armen: Dafür wirbt das globalisierungskritische Netzwerk Attac seit 25 Jahren teils mit spektakulären Aktionen.
25 Jahre Attac
En una calle abierta, a plena luz del día, delante de la cámara de un reportero de Reuters, un carabinieri llamado Mario Placanica disparó contra un manifestante llamado Carlo Giuliani desde un todoterreno. Luego el vehículo lo atropelló. Las fotos de Dylan Martínez documentan lo ocurrido como en una fotonovela: Giuliani se acerca al coche por detrás con un extintor en las manos, una mano sale desde dentro del coche y le dispara en la cabeza. Giuliani se desploma y el coche pasa por encima de su cuerpo inerte, primero marcha atrás, y luego hacia delante. Los informes de la policía hablaban de una gran violencia callejera, de lluvia de cócteles molotov, pero un carabineri había disparado a un chico en la cabeza. El muerto tenía veintitrés años; el policía, veintiuno.
Para justificar la brutal redada, los policías plantaron cócteles molotov en el colegio y acusaron a los manifestantes de tratar de acuchillarlos. En 2012, tras un largo proceso, fueron encontrados culpables de brutalidad policial y falsificación de pruebas. En 2015, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos declaró que «se habían cometido actos de tortura» por parte de las autoridades y que «la legislación criminal italiana era [...] inadecuada para el castigo de tales actos y no un repelente efectivo contra su repetición».
La noche del 21 de julio, un grupo de trescientos policías entró en el colegio Díaz —un edificio de cuatro plantas que había sido cedido por el propio Gobierno para que los manifestantes pacíficos pudieran dormir—, y golpeó brutalmente a todo el que encontraron allí, independientemente de la edad, situación o actividad. «Parecía importarles que todo el mundo quedara herido», contaba una asistente social de veintiséis años que había llegado de Londres.Avanzaban de manera metódica; cuando un cuerpo ya no se movía, pasaban al siguiente. Hay docenas de testimonios que describen cómo fueron planta por planta golpeando personas hasta reducirlas a un montón de sangre y huesos fracturados. En ese mismo edificio estaba la sede de Indymedia, la red de periodistas independientes que nació en Seattle. Los periodistas fueron golpeados como todos los demás; sus ordenadores, cámaras y equipos requisados o destruidos. Los heridos más graves fueron llevados al hospital de San Marino, el resto detenidos en una prisión del barrio de Bolzaneto. Hospitalizaron a doscientas seis personas, encarcelaron a más de quinientas.
El equipo de producción del G8 había denegado acreditaciones a todos los periodistas con antecedentes de activismo. Se hizo sitio en las cárceles para unas seiscientas personas. Se trajo a ciento ochenta especialistas en seguridad para que vigilaran las telecomunicaciones. La prensa publicó que incluso se habían pedido ataúdes y bolsas para cadáveres. Advirtió que los manifestantes eran violentos, especialmente un grupo llamado Black Block que en Seattle ya había atacado los escaparates de GAP, Starbucks, Old Navy y franquicias similares. Iban vestidos de negro para reconocerse entre ellos y se cubrían con pasamontañas para no ser identificarse. Llevaban hierros, botellas y piedras.
La cumbre del G8 de julio de 2001 reunía en Génova a los presidentes más poderosos del mundo: Tony Blair, Vladímir Putin, Gerhard Schröder, Silvio Berlusconi, Jacques Chirac y el canadiense Jean Chrétien. Para George W. Bush y su homólogo japonés, Junichiro Koizumi, era su primera cumbre. El movimiento se había organizado para mostrar el rechazo a las políticas neoliberales, como habían hecho en otras cumbres. Pero el ambiente fue muy distinto, también las consecuencias. Para empezar, fue mucho más grande. La contracumbre de Seattle no había llegado a reunir más de cincuenta mil personas, pero Génova convocó a más de doscientas mil. También hubo mucha más policía, con el claro propósito de acabar con la insurrección. Las cargas de los Carabinieri sobre la masa de manifestantes hicieron que los policías de Seattle parecieran monitores de un campamento de Boy Scouts.