Julian Assange presentó Wikileaks.org en el congreso anual del Chaos Computer Club de 2007 como «una Wikipedia incensurable para filtración masiva de documentos y análisis». Dijo que querían denunciar regímenes opresores en Asia, el antiguo bloque soviético, el África subsahariana y Oriente Medio, y «servir de herramienta a personas de todas las regiones que quieran revelar comportamientos inmorales en sus gobiernos y corporaciones». El australiano era miembro de una respetada lista de correo llamada Cypherpunks y en seguida encontró apoyo en la comunidad hacker, pero su salto a la cultura popular llega con la publicación de unos manuales secretos de la Iglesia de la Cienciología, donde se explicaban sus protocolos para silenciar periodistas o vigilar a las personas «supresivas» que habían escapado a la secta. La Iglesia activó todos sus recursos legales, propiciando el famoso efecto Streisand, por el cual el esfuerzo por censurar un contenido provoca el efecto contrario. En This Machine kills secrets, Andy Greenberg lo llamó «el momento más gratificante del ascenso de WikiLeaks». Assange contestó a las amenazas con el panaché que le haría mundialmente famoso: «WikiLeaks no piensa ceder a las peticiones abusivas de la Cienciología más de lo que ha cedido a demandas similares de bancos suizos, plantas rusas secretas de células madre, kleptócratas africanos o el Pentágono».
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Wikipedia nació en enero de 2001, con una licencia GPL y el formato wiki. Jimmy Wales y Larry Sanger estaban trabajando en una enciclopedia online escrita por académicos y especialistas llamada Nupedia, cuando se les ocurrió sacar una colaborativa, donde cualquiera pudiese contribuir. Querían ver si surgiría algo parecido a la entusiasta y productiva comunidad del software libre. En poco tiempo el experimento se tragaría a Nupedia y se convertiría en la referencia más visitada de la red. «Imagina un mundo en el que cada persona en el planeta tiene acceso a la suma de todo el conocimiento —declaró Wales en Slashdot—. Porque eso es lo que estamos haciendo.» Pero la novedad de Wikipedia no era el acceso al contenido sino a la producción del contenido. El derecho a escribir la historia, no solo a leerla. Esta democratización del pasado fue la mofa de las instituciones durante sus primeros años de vida.
En una calle abierta, a plena luz del día, delante de la cámara de un reportero de Reuters, un carabinieri llamado Mario Placanica disparó contra un manifestante llamado Carlo Giuliani desde un todoterreno. Luego el vehículo lo atropelló. Las fotos de Dylan Martínez documentan lo ocurrido como en una fotonovela: Giuliani se acerca al coche por detrás con un extintor en las manos, una mano sale desde dentro del coche y le dispara en la cabeza. Giuliani se desploma y el coche pasa por encima de su cuerpo inerte, primero marcha atrás, y luego hacia delante. Los informes de la policía hablaban de una gran violencia callejera, de lluvia de cócteles molotov, pero un carabineri había disparado a un chico en la cabeza. El muerto tenía veintitrés años; el policía, veintiuno.
Para justificar la brutal redada, los policías plantaron cócteles molotov en el colegio y acusaron a los manifestantes de tratar de acuchillarlos. En 2012, tras un largo proceso, fueron encontrados culpables de brutalidad policial y falsificación de pruebas. En 2015, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos declaró que «se habían cometido actos de tortura» por parte de las autoridades y que «la legislación criminal italiana era [...] inadecuada para el castigo de tales actos y no un repelente efectivo contra su repetición».
La noche del 21 de julio, un grupo de trescientos policías entró en el colegio Díaz —un edificio de cuatro plantas que había sido cedido por el propio Gobierno para que los manifestantes pacíficos pudieran dormir—, y golpeó brutalmente a todo el que encontraron allí, independientemente de la edad, situación o actividad. «Parecía importarles que todo el mundo quedara herido», contaba una asistente social de veintiséis años que había llegado de Londres.Avanzaban de manera metódica; cuando un cuerpo ya no se movía, pasaban al siguiente. Hay docenas de testimonios que describen cómo fueron planta por planta golpeando personas hasta reducirlas a un montón de sangre y huesos fracturados. En ese mismo edificio estaba la sede de Indymedia, la red de periodistas independientes que nació en Seattle. Los periodistas fueron golpeados como todos los demás; sus ordenadores, cámaras y equipos requisados o destruidos. Los heridos más graves fueron llevados al hospital de San Marino, el resto detenidos en una prisión del barrio de Bolzaneto. Hospitalizaron a doscientas seis personas, encarcelaron a más de quinientas.
El equipo de producción del G8 había denegado acreditaciones a todos los periodistas con antecedentes de activismo. Se hizo sitio en las cárceles para unas seiscientas personas. Se trajo a ciento ochenta especialistas en seguridad para que vigilaran las telecomunicaciones. La prensa publicó que incluso se habían pedido ataúdes y bolsas para cadáveres. Advirtió que los manifestantes eran violentos, especialmente un grupo llamado Black Block que en Seattle ya había atacado los escaparates de GAP, Starbucks, Old Navy y franquicias similares. Iban vestidos de negro para reconocerse entre ellos y se cubrían con pasamontañas para no ser identificarse. Llevaban hierros, botellas y piedras.
La cumbre del G8 de julio de 2001 reunía en Génova a los presidentes más poderosos del mundo: Tony Blair, Vladímir Putin, Gerhard Schröder, Silvio Berlusconi, Jacques Chirac y el canadiense Jean Chrétien. Para George W. Bush y su homólogo japonés, Junichiro Koizumi, era su primera cumbre. El movimiento se había organizado para mostrar el rechazo a las políticas neoliberales, como habían hecho en otras cumbres. Pero el ambiente fue muy distinto, también las consecuencias. Para empezar, fue mucho más grande. La contracumbre de Seattle no había llegado a reunir más de cincuenta mil personas, pero Génova convocó a más de doscientas mil. También hubo mucha más policía, con el claro propósito de acabar con la insurrección. Las cargas de los Carabinieri sobre la masa de manifestantes hicieron que los policías de Seattle parecieran monitores de un campamento de Boy Scouts.
La verdad, sin embargo, es que los manifestantes de Seattle han sido picados por el mosquito de la globalización con tanta intensidad y tan certeramente como los abogados mercantiles que hay en los hoteles de Seattle, solo que es otro tipo de globalización y lo saben. La confusión acerca de las reivindicaciones políticas de los manifestantes es comprensible: es el primer movimiento nacido de los caminos anárquicos de internet. No hay jerarquía de arriba abajo, no hay líderes reconocidos universalmente y nadie sabe lo que viene después. [...]
La contra cumbre de Seattle empezó pocos meses después del lanzamiento de Napster, el 29 de noviembre de 1999. Es el momento que marca una nueva era de movilizaciones. Por primera vez en la historia, los sindicatos de una ciudad se unían a las asociaciones ecologistas, pacifistas, anarquistas, comunistas, feministas, grupos indígenas y otras organizaciones de derechos civiles para manifestar su rechazo contra la cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Más de setecientos grupos del brazo, no los partidos sino las personas, no una campaña sino una manifestación. Aunque se trataba de una manifestación pacífica, las autoridades llamaron a la Guardia Nacional y declararon el estado de excepción. El día 30, las televisiones de todo el mundo siguieron las sentadas y las marchas de miles de personas durante las veinticuatro horas del día. Mostraron imágenes de veteranos caminando junto a anarquistas y a ecologistas del brazo de camioneros, a negros de Carolina mezclados con rubios de Washington, a jornaleros mexicanos con profesores de universidad. También mostraron imágenes de policías armados rociando con espráis de pimienta a grupos de manifestantes pacíficamente sentados en la posición de loto. Lo llamaron la Batalla de Seattle. Habían nacido dos movimientos que pronto serían el mismo. Y la conciencia de una brecha que separaba claramente a dos grupos desiguales de personas: las que tomaban decisiones y las que sufrían las consecuencias. El 1 por ciento y todos los demás.
No respetaban a nadie, ni siquiera a los muertos. En febrero de 2005, la RIAA demandó a Gertrude Walton, una abuela de ochenta y tres años de Virginia Occidental, por «compartir más de setecientas canciones de pop, rock y rap songs bajo el alias smittenedkitten». Cuando su hija contó en los medios que la señora no había tocado un ordenador en su vida y que además llevaba meses difunta, la respuesta de la asociación fue: «La colección de pruebas y la consiguiente acción legal fueron iniciadas hace semanas, incluso meses», sugiriendo que Gertrude había llevado una doble vida, a espaldas de su propia hija, antes de abandonar el caso.
En la comunidad se dice de broma que FreeBSD no es una licencia libre sino «libertina» porque, a diferencia de la GPL, permite que una empresa use el código de la comunidad para poder crecer con sus contribuciones pero cierre sus propios desarrollos con una licencia tradicional. Esa fue la que eligió Jobs para el kernel de su sistema operativo, llamado Darwin.
De todas las contribuciones de Richard Stallman a la sociedad en la que vivimos, la GPL es la más importante. Es un texto crucial de nuestro tiempo, porque propone una economía basada en la protección del bien común, independiente de la intención del creador, el usuario, los gobiernos y la industria.
El IRC fue la gran universidad de los hackers. No todo el mundo podía ir a Stanford, Yale o el MIT. A finales de los noventa, cientos de miles de adolescentes con inclinaciones tecnológicas se entretenían quitando, poniendo y alterando líneas de código a los programas y videojuegos de la época, para ver qué pasaba. Cuando algo se rompía, iban al canal a pedir consejo; cuando pasaba algo interesante, lo compartían con los demás. Para esa generación de usuarios, cambiar código, música o videojuegos era tan natural como aprender a jugar al baloncesto o saltar con la tabla de skate. No distinguían entre el código que hacían ellos y el que cogían de los demás. Todo el código era de todos, o al menos de todo el que supiera leerlo y ejecutarlo con un ordenador. No estaban pensando en propiedad intelectual, no sentían que estuvieran robando o apropiándose de nada que no fuera suyo porque no lo hacían para vendérselo a nadie sino para aprender y compartir lo aprendido. Después, estaba Richard Matthew Stallman, genio de la programación y padre de una licencia de propiedad intelectual llamada Licencia Pública General o GPL.
El problema era que el IRC no estaba diseñado para el intercambio de archivos. No había un sistema central que indexara los archivos de gran tamaño y las transferencias se cortaban cada vez que la conexión fallaba, lo que ocurría todo el tiempo. «Si queríamos música, nos íbamos a algún canal del IRC y plantábamos un bot para descargarla explicaba en una entrevista Jordan Ritter, arquitecto de Napster—. Era un dolor de muelas.» En noviembre de 1998, en un canal de aficionados al código llamado w00w00, Shawn Fanning contó que estaba pensando en un programa de intercambio de archivos más eficiente. Ritter (nick: ) se ofreció a ayudarle en el proyecto, que entonces se llamaba MusicNet. Napster era el nick del propio Fanning, un apodo de la cancha debaloncesto que se refería a su pelo rapado. Sean Parker se hacía llamar . Todos llevaban años encontrándose en el canal, pero no se habían visto nunca personalmente. En perspectiva, este momento es más significativo para la historia de la música que el concierto de los Sex Pistols en el Manchester Lesser Free Trade Hall en junio de 1976. Pero entonces ninguno lo sabía. No sabían nada de propiedad intelectual. Solo querían compartir música y código de manera más eficiente.
Napster había nacido en un canal del IRC, la mezcla de foro y tablón de noticias que triunfaba en USENET. Era popular porque había toda clase de temas, y cualquiera podía crear canales o participar en ellos. Solo había que descargarse un cliente, encontrar un canal y empezar a hablar. A diferencia de los grupos de noticias, todo sucedía en tiempo real.