Si sintiéramos respeto con la propia concepción de Bradbury, quien nunca se sintió capaz de denominarse a sí mismo como autor de ciencia-ficción, “Crónicas marcianas” debería figurar con total lógica y derecho dentro de la literatura fantástica. La lógica y el derecho me surgen a raudales una vez terminada la obra, cuando lo primero que se me viene a la mente es la famosa frase atribuida a Groucho Marx: "surgiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cimas de la miseria", y no cabe otra opción más que alabar cual acto de fe aquella autodefinición del escritor y confirmar que lo único que le preocupaba a Bradbury acerca del lugar en el que se desarrollara la acción de sus relatos era que fuera en el quinto pino, en el planeta más remoto posible... En una novela que podría considerarse mucho más cercana a la distopía que desarrollara varios años después a través de “Fahrenheit 451”, el sentido profundo se nos presenta mucho más metafísico que astronómico: ya puede el ser humano estar en su casa, en el pueblo de al lado, en China o en Marte, que su 'poder' de autodestrucción no tiene límites.
A finales de la década de los 40 y más aún en los años 50 casi a nadie se le ocurría pensar que hubiera vida en Marte y era ya de sobra conocido su sobrenombre de el Planeta Rojo. Tan poco le importa a Bradbury el tema científico y técnico (absoluto antagonista de Asimov tanto en este aspecto como en su escritura) que de repente Marte es azul y tan similar a la Tierra que a las claras queda reflejada la finalidad despiadada y cuasi terapéutica del escritor. A través de una prosa que renuncia a todo lo superfluo, pero de una belleza y un estilo precisos, y con una excelente cadencia narrativa que crea una composición prácticamente redonda en su finalización, Bradbury va desengranando todos los miedos, traumas y debilidades de ese ser vivo que a cotas más absurdas y críticas ha sido capaz de llegar con exiguo esfuerzo: el racismo (tanto a lo desconocido: Fuera de temporada, como a las propias etnias terrícolas: Un camino a través del aire), el desastre de la guerra (Los músicos), la soledad (la “divertida” Los pueblos silenciosos, la pasmosa El marciano o la terrible Los largos años), el sinsentido de la robótica y el progreso cuando ya no hay vida por encima de ellos (Vendrán lluvias suaves)... ¡Tantos en tan poco!
Curioso resulta cuánto menos que los relatos que componen este retrato coral fueran escritos en varios años y de forma nada consecutiva, pues a pesar de ello denotan esa idea primigenia de Bradbury en la captura de la realidad de un mundo en parte cruel y en parte esperanzado. En el que cierra la obra, El picnic de un millón de años, en boca de un padre triste y resolutivo hacia casi la nada, tal vez Bradbury nos abre a la duda sobre su deseo y confianza en el ser humano: 'Las guerras crecieron y crecieron y finalmente acabaron con la tierra (...). La Tierra ya no existe. Aquella manera de vivir fracasó y se estranguló con sus propias manos'. En la última escena tampoco sabe uno si reír o si llorar; como en un Edén absolutamente destruido y caótico, una nueva y solitaria familia, al estilo de unos futuribles Adán y Eva, se descubre a sí misma como el único camino a seguir en medio de la desolación:
'—Siempre quise ver un marciano —dijo Michael—. ¿Dónde están, papá? Me lo prometiste.
—Ahí están —dijo papá, sentando a Michael en el hombro y señalando las aguas del canal.
Los marcianos estaban allí. Timothy se estremeció.
Los marcianos estaban allí, en el canal, reflejados en el agua: Timothy y Michael y Robert y papá y mamá.
Los marcianos les devolvieron una larga, larga mirada silenciosa desde el agua ondulada'.
Lo peor de "Crónicas marcianas" es que se desarrolla entre 1999 y 2026, y que por ahora todo (excepto lo más superfluo de la novela: el motivo y el lugar), todo, todito, se está cumpliendo de pe a pa.
Obligado me siento a reiterar lo dicho: si un disgusto nos suponen los relatos habrá que jorobarse, si odiamos a manos llenas la ciencia-ficción más de lo mismo... Mala suerte, pues mayor y más costoso habrá de ser el esfuerzo a realizar para leer esta novela creyendo mis palabras, que no es con exactitud ni una sucesión de cuentos ni una obra de ciencia-ficción. “Crónicas marcianas” -detrás de su más que aparente simpleza- es una reflexión profunda y conmovedora sobre la naturaleza humana: sus miedos, sus fobias, sus inseguridades... sus mierdas. Que son las nuestras.